Así ha ocurrido con esta novela. Claro está, cuando un acontecimiento tan esperado se produce al fin, las energías, ilusiones y ánimos con los que emprende dicha aventura literaria son desbordantes. Tanto, de hecho, que podemos caer en la trampa de enamorarnos de lo que escribimos.

Colegas escritores, cuidado. El enamoramiento literario sucede, y hace falta mucha sangre fría para eliminar lo que tanto nos gustaba de nuestra novela, pero que no encaja ni a patadas dentro del argumento. Es en esos momentos en los que hay que apretar los dientes y darle a la tecla de borrar. Eliminemos esa frasecita lapidaria que tanto nos gustaba, pero que, por muchas vueltas que le demos, no encaja en nuestra novela. Desechemos al personaje que nos recordaba a nuestro amigo de la infancia, pero que debería estar muerto hace dos capítulos. ¡Borremos sin piedad líneas, párrafos y capítulos enteros! Al final, los lectores lo agradecerán.
Estoy orgulloso de reconocer -sí, voy a tirarme algunas rosas- que he avanzado mucho en un terreno tan accidentado como éste. El pasado verano me puse con la escritura de un thriller de acción. Una novela que tenía bien estructurada, con sus personajes, capítulos, giros dramáticos y demás. Sin embargo, a medida que la escribía advertí que algo no funcionaba. Sencillamente, no era el momento de escribirla.
Cuando llevaba escritas algo más de veinticinco mil palabras lo dejé. La historia no me convencía, y tras verla desde un prisma más objetivo, vi que no estaba logrando mis objetivos. Probablemente, la reescribiré completamente el año que viene, quizás en primavera de 2013 (si no se ha terminado antes el mundo). Ése será, sin ningún género de dudas, el momento en el que deba ser escrita.
Y ahora, tras escribir el blog, me pongo de vuelta con mi querida novela. ¿Estaré sintiendo amor ciego por ella? No, no lo creo. Es sólo un romance de invierno.
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