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Confesiones literarias XXI. Un escritor jamás deja de ser lo que es

En esta vida hay profesiones de las que uno no puede desprenderse aunque no ande "de servicio". Un bombero o un médico jamás dejan de ser lo que son. Incluso en su día libre, si se encuentran involucrados en una situación que necesite de sus habilidades, tendrán que participar y ejercer.

Pues bien, al artista, y más concretamente al escritor, le sucede igual.

Llevo toda la semana pensando en esto, porque resulta que por primera vez en mucho, mucho tiempo, voy a poder disfrutar de vacaciones. La semana que viene me voy a la India. Es uno de esos viajes que han surgido como me gusta, sin buscarlo. Se ha cruzado en mi vida debido a circunstancias personales y he aceptado el ofrecimiento. Resultará un viaje atípico de principio a fin; diferente, no sólo por el exotismo del país, sino debido a las circunstancias que lo rodean. Es en estas aventuras, más que nunca, cuando uno no puede simplemente disfrutar del paisaje. Eso no va a ocurrir.

También, desde hace tiempo, llevo peleándome con la sinopsis para mi nueva novela. Tengo problemas sobre cómo narrarla, porque aunque quiero utilizar una tercera persona omnisciente, los personajes desean hablar en primera persona. El resultado va a ser una mezcla de ambos, me parece, algo que complicará una historia ya de por sí delicada. 
Por otro lado, la sinopsis también me ha salido caprichosa. Se revuelve, se encabrita y se me encara. Cuando creo tener un capítulo resuelto, resulta que no era así, sino al revés de cómo lo había planeado. En última instancia, he llegado a concluir que esta sinopsis no puedo estructurarla como suelo hacer, sino de un modo más pausado, más a trozos, alternándola con la redacción de la propia novela.

Me está saliendo un manuscrito insurrecto, que sin duda beberá de lo que observe en mis vacaciones, y que seguirá golpeando mi cabeza durante las horas de sueño en Nueva Delhi, porque el escritor no puede dejar de ser lo que es, con independencia de en qué lugar se encuentre o cómo invierta las horas de su vida.

La conclusión de esta entrada no está, pues, dedicada a los escritores (quienes saben de sobra lo que he venido a contar hoy), sino a las personas que les acompañan en su vida. 
Amigos, familia, parejas... sed comprensivos si, incluso en los instantes reservados al descanso, no podemos deshacernos de nuestra profesión. No hay forma de que esto cambie.

P.S. El jueves que viene no escribiré en el blog. Si alguien me busca, estaré en Nueva Delhi ;)


Confesiones literarias XX: ¿Fondo o forma? Lo que importa en una novela

La gran pregunta, la excelsa cuestión.

Todo escritor que se precie debería preguntárselo en algún momento. ¿Fondo o forma? ¿Qué es de verdad lo que potenciará mi literatura? 
Si uno llega a este punto, es que se toma en serio esto de escribir. Juntar letras no es un mero entretenimiento con el que ahogar instantes vacíos de su existencia. 

La gran pregunta, la excelsa cuestión.

Bien, ¿te lo has preguntado? Yo sí, muchas veces. Comencé allá por 2005, buscando la historia jamás escrita. Lo que se escribía debía ser más importante que la forma de hacerlo. Me sorprendió ver que la mayoría de escritores no se ponían de mi parte. Para ellos prevalecía la forma. Sólo hallé uno de
acuerdo con lo que yo defendía: Miguel Delibes. No era un cualquiera, desde luego.

Luego empecé a leerle. Me adentré entre las líneas de El hereje y Cinco horas con Mario, y hallé una técnica tan depurada, tan brillante que abrumaba. Sentía cada escena, no por lo que me contaban, sino por la forma de hacerlo.   

Decidí entonces abarcarlo todo. ¿Por qué elegir? La forma y el fondo eran como el Yin y el Yang. Ambas describían la esencia de una novela. ¿Qué sentido tenía una elección? Lo mejor era cultivar ambas. Así, con esta resolución, me quedé durante una larga temporada, buscando mejorar la técnica y, al mismo tiempo, hallar historias sorprendentes. Hasta que topé con Cicerón.

El escritor y filósofo romano aseguraba que todas las historias ya se habían escrito. No había nada nuevo. Un hombre que vivió dos mil años atrás ya había dado por concluida la originalidad. 

Y así es. Nada nuevo hay bajo el sol.

La inmensa mayoría de los argumentos de las novelas, y de los guiones de cine, siguen la misma estructura. De hecho, es esta estructura la que les proporciona coherencia, la que hace que el público se introduzca en la historia. Revivimos el mismo viaje del héroe una y otra vez, a veces de formas evidentes; otras más sugeridas, pero nuestro protagonista no deja de hacer el mismo trayecto una y otra vez: se le plantea la cuestión, decide afrontarla, salva algunos peligros, alcanza un punto de climax, aprende algo de ello y derrota el inconveniente final. Todas las veces es igual.  
La originalidad, por tanto, no está en lo que se cuenta, sino en la forma de hacerlo. El estilo es lo importante. 

El estilo es lo que hace que uno se adentre en la historia y pasee por las calles de una ciudad, llore con los personajes o reviva el amor, la pérdida, la añoranza... 

La forma crea novelas únicas e imposibles de imitar. Por ello, el buen escritor, el verdaderamente original, no teme que plagien su idea, porque nadie más que él puede contarla igual.
Las ideas se repiten, y continuarán repitiéndose para siempre, porque son universales. Sin embargo, la forma nos pertenece, se desarrolla de forma singular en cada autor y vive en sus historias.

Ahora bien, la forma es más difícil de desarrollar. Las ideas vienen solas, casi podríamos decir que no forman parte de nuestra responsabilidad. El fondo germina con la inspiración, forma parte del ingenio de cada uno.
Sin embargo, es nuestro deber sacar a la luz nuestro estilo particular, el cómo contar una historia de forma que el lector, al final, llegue a percibir ese pedazo de alma que nos hemos dejado entre las líneas de nuestra novela.

Esta es, al menos, mi conclusión. A vosotros, ¿qué os parece?



Confesiones literarias XIX: los personajes que me crearon

Hace años hablé con un escritor consagrado, alguien que en los sesenta llegó a superar el millón de ejemplares con una novela valiente que, por culpa de los ojos de la censura, decía mucho con los silencios y poco con las palabras. 

Mientras comíamos en un restaurante de Barcelona, aquel escritor me dijo que la profesión le había transformado en un observador de personas extraordinario. Él era despistado por naturaleza (con aquello me sentí identificado), pero cuando necesitaba fijarse en alguien lo hacía con una precisión milimétrica. Años describiendo personajes le habían dotado con una perspicacia inusual, de tal modo que cuando se fijaba en las personas de carne y hueso era capaz de ver su carácter, sus miedos y anhelos, sus mezquindades y virtudes. 

Sentí que aquel escritor me hablaba de un superpoder. No le creí... hasta que me describió a mí.

Los personajes y las personas se entremezclan en la cabeza de un escritor, porque cuando ya está inmerso en la profesión de las letras toma costumbre en visualizar personalidades, en que sus personajes cobren vida. Ambos, los reales y los imaginarios, se cruzan, porque el escritor toma de los primeros para completar los segundos, y completa los segundos para comprender los primeros, y todo, en definitiva, a veces sirve para comprenderse un poco mejor a sí mismo. 

Todavía me falta mucho camino para tener el superpoder de los grandes escritores. De hecho, no sé si algún día llegaré a desarrollarlo (si lo hiciera, eso sí, no se lo contaría a nadie. Estas cosas es mejor callarlas). 
Pero sí sé que he comprendido mejor a ciertas personas a partir de los personajes que inspiraron. Y de este modo, la mujer real que fue Leandra me ha llegado a parecer más humana después de escribirla. El hombre que encarnará a Bertram Kast (un personaje de una novela todavía sin publicar) me produce pena, pues he llegado a ver lo complejo de un carácter tan encendido como el suyo, y gracias a mujeres como Margarita Valle he aprendido que hay gente que no puede evitar ser malvada.

Solemos decir que el escritor crea sus personajes, pero pocos saben cuánto camino se recorre en sentido inverso. Hoy dedico la entrada a todo lo que los personajes dan a un escritor y a los lectores. Todo lo que enseñan desde el mundo de las letras, tan irreal y tan vivo a la vez. 

Tengo mucho que agradecer a los personajes que me crearon, y espero intrigado a los que todavía están por llegar para ver qué clase de nuevas experiencias me enseñan.

Confesiones literarias XVIII. El valor del enemigo literario

El mundo de la creación literaria está lleno de envidias. Si le preguntas a un escritor, y te niega esta máxima, miente.

Valoramos y alabamos el trabajo de muchos de nuestros colegas, claro que sí, pero también desarrollamos hacia otros una especie de resquemor por su éxito, ése que desearíamos alcanzar (aunque ya lo hayamos hecho). Es más, odiamos su éxito, no lo comprendemos. ¿Cómo es posible que haya conseguido publicar, que haya logrado lectores  siquiera? ¿Qué clase de artimaña le ha llevado, con su pésima calidad, a levantarse por encima de nuestros trabajos?

No se trata aquí de analizar la verdad; de si, en efecto, ciertos escritores y escritoras logran un éxito inmerecido, sino de lo fácil que es para el alma de un creador de historias generarse un enemigo (o varios).

Pues sí. Es un hecho que los escritores se crean enemigos. En algunas ocasiones éstos permanecen velados. Los aborrecemos en secreto, en los instantes en que contemplamos su ascenso a través de los medios de comunicación o las redes sociales. Otras veces hacemos evidente que despreciamos su trabajo, lo decimos a viva voz, para que todo el mundo se entere de por qué nos parece mediocre, o peor que mediocre. 

Muchos dirán que esta forma de actuar es despreciable, que todos los escritores deberíamos respetarnos y valorarnos, pues todos luchamos contra las tormentas de nuestro tiempo, buscando lectores a bordo del mismo barco. Estos mismos, los que se escandalizan, no podrán explicarse cómo podemos lanzarnos piedras cuando conocemos de primera mano el esfuerzo que hay que poner a la hora de escribir una novela, de promocionarla, de prepararla y presentarla; cuando sabemos, en definitiva, que cada una de las obras de un escritor es como un hijo. Conociendo estos esfuerzos, ¿cómo podemos atacarnos? ¡Ay! El ego... el ego del escritor es un veneno. Él es quien nos empuja a las envidias, a los odios y las rencillas. Él ego es el culpable. 

Pero señoras y señores -y aquí me dispongo a ser políticamente incorrecto-, hacerse un enemigo literario es algo natural en un escritor, y es muy digno tenerlo. Los enfrentamientos entre escritores no son un invento de nuestro siglo, ni del pasado. Me viene a la memoria nuestro querido Cervantes, un hombre que, pese a su éxito con El Quijote, siempre anheló triunfar como dramaturgo. Sus esfuerzos hizo para conseguirlo, y algo logró. Pero claro, en aquella época resultaba difícil competir con el Fénix, contra el gran Lope de Vega. Así que, claro, el uno hizo enemigo al otro, y llovieron las críticas encendidas, los comentarios jocosos y las burlas escritas. Eso sí, con mucha originalidad. 

Benditos sean los enemigos literarios, por supuesto que sí. Nos ayudan a mejorar, a superarnos. La competitividad nos desarrolla como artistas y pone a nuestro alcance cotas que parecían imposibles. El enemigo literario no consiente que nos durmamos en los laureles; siempre activos, siempre en guardia, siempre dispuestos a dar más, a darlo todo, a sacrificarnos hasta la última gota de nuestro sudor. Bien nos lo muestran películas como Rush, con la relación entre los pilotos de Fórmula 1 James Hunt y Niki Lauda. 

El enemigo es saludable.

De modo que mi conclusión es ésta: si no podemos evitar la envidia, si el resquemor no nos deja dormir, vamos, por lo menos, a buscarle cierto noble sentido. Aprovechémoslo.  
Quién sabe, tal vez competir contra nuestros enemigos literarios sea la única manera para alcanzar el éxito.

Confesiones Literarias XVII. Cómo convertirse en escritor del s. XXI

El mundo a nuestro alrededor se ha transformado. Quién me iba a decir, hace veinte años, que aquellos instantes de tensión junto a los pitidos del módem para conectarme a Internet iban a evolucionar hasta el presente en el que vivo, en el que vivimos todos.
Sí, el mundo ha cambiado. Internet ha revolucionado nuestra concepción del trabajo y del entretenimiento; ha generado nuevos oficios, ha hecho desaparecer otros y ha transformado muchos. El nuestro, el de los artistas, es uno de ellos.

Cuando Thomas Nelson me avisó de que todos mis libros pasarían a estar en formato e-book sentí la bofetada de un futuro inmediato. Creo que ése fue el comienzo de mi transformación como escritor, del cambio en la concepción sobre cómo debía marchar mi trabajo. Al poco, cuando Praemortis salió al mercado, el editor de un conocido sello español (cuyo nombre no revelaré por lo que a continuación voy a decir sobre él); un pirata de los negocios sin muchos escrúpulos, pero muy astuto, me dio algunas recomendaciones mientras nos tomábamos un café: "hazte un perfil de facebook". "¿Tengo que hacérmelo?", dije yo desde lo más hondo de mi personalidad antisocial. "Sí, y también una cuenta en twitter". "Está bien", respondí. "¿Tienes blog?", continuó él. "No". "Pues ábrete una cuenta y escribe siempre que puedas".
Aquel tipo no me cayó bien, pero le hice caso. Años después, he comprobado que llevaba razón.

Internet es el lazo comunicador que une al mundo, y el perfil del escritor se ha visto revolucionado por él. Ya no es -o, mejor dicho, no debería ser- el/la eremita que vive encerrado/a en sus letras, sin otro contacto que su editor, su agente y unos esporádicos lectores. No, el escritor de esta nueva generación se mueve por las redes sociales, entra en contacto con sus lectores e intercambia conversaciones con aquellos que viven a miles de kilómetros.

Los escritores de esta generación, muchos de ellos hastiados del lento y en muchas ocasiones decepcionante proceso de las editoriales (y a ellas envío un toque de atención, pues muchas se están anquilosando en unos métodos que ya no corresponden a los nuevos tiempos), comienza a publicarse sus novelas. Busca diseñadores de portada baratos, que de paso le realicen una buena maquetación, la sube a Internet y realiza su propia promoción. Él se preocupa de su trabajo y pasa por encima de los lentos intermediarios; que ya no se mueven al mismo ritmo que el resto del universo.

Pero aunque una editorial le avale, un escritor de nueva generación posee su perfil en facebook (y páginas para sus obras); perfil de Twitter, donde sigue para que le sigan, y en el que suele mantener una constante presencia; Página de autor de Amazon, con enlace a todas sus obras, a Twitter y demás; perfil de autor en Goodreads; un blog en el que publica al menos una vez en semana (los expertos recomiendan que se publique más a menudo)... en todos estos lugares -y en algunos más-, se publicita, comparte y promociona. El autor de nueva generación no se detiene a esperar, como tampoco se detienen sus lectores. Vivimos en un mundo que no espera, en el que todo es fácil e inmediato; en el que se busca la comodidad de lo accesible. El escritor debe aproximarse a sus lectores todo lo que pueda, compartir con ellos y con otros escritores, salir de su cueva de eremita y ver la luz.

Éste es el nuevo perfil para los autores de nueva generación. ¿Perteneces a ellos?

Confesiones literarias XVI. Cómo presentar un manuscrito a una editorial

Continuando en la línea de las Confesiones literarias XIV, donde entrevistaba a tres autores sobre sus inicios literarios, esta semana me ocupo de un paso importante al finalizar la novela: la presentación de la misma a una editorial y/o un agencia literaria.

Entre ambos mundos (agencias y editoriales) existe poca diferencia en cuanto a cómo debe presentarse un manuscrito. Algunas editoriales no aceptan obras presentadas por el propio autor, de modo que
conviene disponer de un agente literario para que él o ella se los presente. El agente se convierte, por así decirlo, en una prueba de calidad frente a la editorial, que verá a un profesional depositando su confianza en una obra. Eso, aunque parezca que no, puede ser la diferencia entre un manuscrito leído y uno que termine en la papelera. Por supuesto, también existen muchas editoriales que leen manuscritos no avalados por una agencia literaria.

En ocasiones, tanto la agencia como la editorial poseen un apartado en sus páginas web dedicado a la presentación de originales, y dictan algunas normas a seguir para ello. Un dato en el que todas coinciden suele ser la insistencia en no presentar la obra completa en el primer correo. Lo que debe incluirse, en todo caso, es una pequeña porción de los primeros capítulos. No más de diez mil palabras.

Cuando se presenta una obra, aparte del nombre del autor y una breve descripción sobre su trayectoria profesional y publicaciones, suele darse el nombre de ésta (un nombre que debería presentarse como título sugerido), el género al que pertenece y una sinopsis. Éste ultimo dato es el más importante.

¿Es la sinopsis un mero resumen de la obra? La respuesta es no. La autora norteamericana Jeanette Windle, con quien he tenido el placer de conversar en varias ocasiones, solía remarcar el punto dedicado a la sinopsis durante sus clases de escritura creativa. La sinopsis es una presentación que debe escribirse con el claro objetivo de encandilar al editor o al agente. Debe ser atractiva, sugerente, interesante. Debe ofrecer un resumen de la obra, sí, pero de forma que quien la lea desee saber más. De hecho, algunos autores consideran esta sinopsis tan importante, que recomiendan colocarla en primer lugar, antes incluso de la presentación del autor o del título. Creo que llevan razón.

Si hemos logrado el interés del editor o del agente, éste se lanzará con los primero capítulos que hemos incluido de nuestra novela. En ellos prestará atención a la calidad, al interés que suscita y a si contienen los ingredientes necesarios para encandilar al lector.

A partir de entonces, el destino de nuestro manuscrito ha dejado de pertenecernos. No hay que desalentarse si una obra no encandila a los editores o a las agencias. Probablemente habrá que probar con varios, tener paciencia y esperar. Es probable que la respuesta llegue después de unos largos meses.  En muchas ocasiones -siendo totalmente sinceros-. No llegará jamás. Esto es así, pero forma parte del duro camino del escritor. Nadie dijo que fuera sencillo.

Confesiones literarias XV. Los inicios del escritor

La semana pasada un lector del blog me proponía hablar sobre el proceso iniciático de un escritor. Se me ocurrió que debía explicar este proceso en dos partes. En la primera de ellas -la que toca esta semana-, he querido consultar a los escritores que conozco sobre cómo fueron sus inicios y qué recomendarían a quienes empiezan en el mundillo. Para ello he contado con la opinión de tres autores. No he hecho distinci
ón entre quienes han publicado en papel o lo han hecho a través de la autopublicación de Amazon. De hecho, todos los enlaces de sus novelas dirigen a esta página (salvo los que llevan a un blog), independientemente del método que hayan elegido para publicar. Los tres escritores han sido los siguientes:

Francisco Gijón (a partir de ahora FG) es escritor de novela, pero también ha desarrollado diferentes escritos divulgativos sobre historia como La II República y la Guerra Civil, La Europa medieval y Breve historia de España. Entre sus escritos de ficción se encuentran títulos como Las cartas de Atilio, El Carbayón , El monstruo y el testigo o Madrid línea cinco.

Francisco José Palacios (FJP) es autor, entre otras, de las obras El alma que vistes  o Corazón de piedra. También escribe un blog dedicado a la literatura. Podéis visitar su página de Amazon pinchando en este enlace.

Jordi Torrents (JT) es pedagogo, periodista y escritor. Entre sus títulos se encuentran Malas noticias, Pistolas al amanecer, o El niño con autismo.

Estos tres escritores han contestado a una serie de preguntas sobre sus inicios en el mundo de la literatura. No era necesario que respondieran todas, sino únicamente las que desearan. Este capítulo está dedicado a esas respuestas. Espero que sirva para alentar o para demostrar a quienes desean iniciarse en esto que el camino por el que transitan no es muy distinto del que recorrieron los que hoy publican.

Describe brevemente tu experiencia al publicar tu primera novela 

FJP: Decepción. Topé con una de esas editoriales que te promete la luna, pero luego te das de bruces con la cruda realidad: no es nada fácil competir con tantísimas editoriales e infinitud de títulos literarios. Por tanto, el tipo de editorial al que me refiero juega un poco a la lotería, en el sentido de que publica numerosas obras todos los meses y prueba suerte por si alguna triunfa gracias al boca a boca. La distribución y la promoción fueron casi nulas.


¿Cómo fue la recepción de la misma?

FG: Funcionó muy bien

FJP: Con escaso entusiasmo. Como digo, la nula promoción y distribución fueron las principales trabas que impidieron que el título de mi primera novela fuera reconocido por el público lector.

JT: De éxito arrollador entre amigos y familiares. De escasa presencia en las librerías por culpa de una editorial mentirosa (y no es una opinión, todavía está con pleitos varios abiertos). Un frustre, vaya.

¿Qué has aprendido desde entonces?

FG: Que paso de las editoriales

FJP: Que tienes que tener mucho cuidado con quien trabajas tu obra, a quien confías su publicación, pues la mayoría de los pequeños editores no se preocuparán por tu trabajo como deberían. No pretendo echarles las culpas a ellos, ya que los pequeños editores, como pequeñas empresas que son, no cuentan con la infraestructura y liquidez necesarias para invertir una ingente cantidad de dinero en un solo autor. Moraleja: o trabajas con una grande, o con una pequeña en la que tengas confianza por conocer su trayectoria, o trabajas por tu cuenta.

JT: A no confiar en todo el mundo, a valorar más el placer de escribir que la angustia por publicar. En serio.

¿Qué opinas del creciente universo de la autopublicación en Amazon?

FG: Que Amazon vende muchísimas cosas además de libros y eso desvirtúa la calidad de éstos últimos. Dicho de otro modo: hay mucha mierda a bajo precio. Pero, oye, si funciona...

FJP: Opino que es un arma de doble filo. Por un lado, permite que cualquiera que desee ser escritor llegue a multitud de lectores, por lo que su obra no envejecerá confinada a un cajón como ocurría antaño. Da lugar también a la pérdida del monopolio en el sector que ejercían las editoriales, pues da lugar a que los escritores puedan para llegar a los lectores sin necesidad de ellas. Contando con un buen portadista, un buen corrector y la opinión de algunos lectores, podemos lanzarnos a la autopublicación sin más mediadores.
¿Cuál es el doble filo del que hablaba? Supongo que la autopublicación arrastrará a la ruina a muchas pequeñas editoriales que no van a ser capaces de competir ya no solo con las grandes firmas, sino con la ingente cantidad de autores autopublicados. Eso dará mayor poder a las grandes y, como está ocurriendo, a la autopublicación de miles de obras sin un mínimo de calidad que hagan huir a los desafortunados lectores que topen con dichas obras.

JT: No conozco las características e igual me equivoco, pero creo que la autopublicación tiende a ser negocio para el editor, nada para el autor. Pero también es cierto que hay que superar el modelo tradicional de editoriales y buscar nuevas vías.

¿Qué recomendarías a un autor que desea publicar su primera obra?

FG: Que observe y calle. Que no desvele sus planes. Que se lo piense dos veces. Que no se fíe ni de su sombra (y menos aún del espejo).

FJP: Que piense bien sus movimientos. Que pula su obra al máximo. Que la presente a varios lectores que le den sus impresiones. Que la trabajen al máximo. Que prueben a publicar con alguna firma importante, pero que sean conscientes de que conseguirlo es prácticamente una quimera. Por último, que no desesperen. Si no tienen la suficiente paciencia como para esperar las respuestas de las editoriales importantes, si no encuentran ninguna pequeña que les inspire confianza y, por último, si confían en su obra, que se lancen a la autopublicación. No es la panacea, pero al menos verán cumplido el sueño de ser leídos por alguien más que por su familia. Ejemplos de autopublicados que triunfan los hay, y muchos.
¡Ah! Y que no desesperen ni tiren la toalla. Si les gusta escribir, que lo sigan haciendo. Lo que tenga que venir, vendrá. ¿Quién sabe lo que nos tiene reservado el destino?

JT: Que su deseo es lógico e inevitable, pero que lo que nunca debe perder es el deseo de emborronar páginas, de perpetrar historias, de anotar cosillas por la calle (aunque sea en el borde de un tíquet de metro) y de dejar que la literatura fluya por su vida. Sin olvidar leer mucho, claro, la mejor escuela del mundo mundial.


¿Qué os ha parecido? La próxima semana me ocuparé del siguiente paso a la hora de publicar, cómo ponerse en contacto con un agente y/o con una editorial, para los que deseáis publicar por este medio, basándome en mi propia experiencia.






Confesiones literarias XIV. Sobre el ansiado triunfo literario

En mi anterior entrada sobre confesiones literarias, donde hablaba del duro trayecto para convertirse en escritor, me respondía Rafael R. Costa recordándome un aspecto que se me había olvidado describir: el éxito de quienes parecen no merecerlo, y el olvido al que algunos buenos escritores y escritoras parecen condenados.

No me lo dice un cualquiera. Reviso mi lector Kindle. En la biblioteca cuento más de 40 títulos de los escritores llamados indie, entre los que está su novela. De todos ellos, no hay quien se aproxime en calidad literaria a Costa (algunos, de hecho, se hallan en las antípodas). Ya quisiéramos muchos escribir como él escribe.

¿Y dónde está el éxito? No sé si él lo tuvo, lo ha tenido, o si querría tenerlo. Le invito a pronunciarse, si lo desea. Lo que sí sé es que yo he soñado muchas veces con triunfar. Y no hablo de un número de ventas razonable, sino del verdadero éxito. Ése que te coloca junto a los nombres conocidos, y ya no permite que te bajes del pedestal.
Muchos buscamos alcanzar esa meta, ¿cómo podría ser de otro modo? El ego del artista nos empuja a ello. Escritores, actores, pintores... todos buscan la aprobación, el aplauso del público. Forma parte de su personalidad. El ego del artista es así; maldición y virtud a partes iguales, nos alienta a mejorar, a superarnos, pero nos derrumba si no conseguimos la recompensa que creemos merecer a nuestros esfuerzos. Quizás sea más maldición que virtud, quién sabe.

Y sin embargo, la cruda realidad es que puede que nunca lleguemos a ser conocidos; es más, quizás sea más recomendable no escuchar al ego. ¿Es que no escribimos por que la necesidad se halla impresa en nuestra misma naturaleza? ¿Vamos a dejar de hacerlo si no alcanzamos la gloria? Muchos conocéis esta respuesta, y a pesar de ello, las envidias y rivalidades entre los escritores se encuentran a la orden del día. Eso, lo queramos o no, también se encuentra impreso en el ADN artístico, y cuesta exorcizarlo... aunque todo es posible.

Hace unos meses, una buena amiga me contaba cómo su padre (dedicado al cine) había llegado a un punto en el que los éxitos y las críticas daban lo mismo. Se hallaban en un segundo plano, al igual que cualquier atisbo de rivalidad con los compañeros del mundillo, porque lo único que él deseaba era continuar haciendo lo que hacía, contar al mundo sus historias. En aquel instante me sorprendió, y aún me provoca un intenso respeto. Me parece que alcanzar un estado semejante demuestra una madurez que no siempre llega a alcanzarse, pero a la que espero llegar.

¿Por qué novelas mediocres, o manifiestamente desastrosas consiguen un éxito inexplicable? ¿Por qué nos sorprende encontrar escritores de una calidad extraordinaria bajo el sello de editoriales poco conocidas, relegados a las estanterías que más polvo acumulan? ¿Es que todo en esta vida se ha transformado en una adecuada campaña de marketing y en subirse al carro de las modas? ¿Acaso hemos descendido a los últimos estadios de la inteligencia borreguil, que nos dejamos llevar por lo que nos dicen que debe ser leído? Os invito a responder.

Yo, frente a estas preguntas, termino con lo mismo que respondió Vargas Llosa en sus Cartas a un joven novelista: no conozco la respuesta. Así que no me queda sino dar el mismo consejo que ofrecían en un famoso anuncio de detergentes de los años 80: busque, compare, y si encuentra algo mejor, cómprelo.

Confesiones literarias XIII. La carrera del escritor, una senda nada fácil de transitar

Cuando explico a quienes no me conocen que soy escritor, todos ponen más o menos la misma cara de asombro. Inmediatamente después, su pregunta viene a ser más o menos la misma: "pero ¿ya has publicado algo?". "sí", respondo, "cinco novelas, y una sexta que está en camino". Entonces sus ojos se abren del todo y, acto seguido, la mayoría asiente con un gesto que viene a decir "¡caramba!"

Lo que no saben es que poder decir que se ha publicado, aunque sea una sola novela, es todo un verdadero logro, el final de una maratón. El verdadero objetivo de un viaje lleno de dificultades.

Porque cuando uno decide o, mejor dicho, comprende que es escritor, y que ésa es la carrera a la que va a dedicarse, se introduce en un terreno que va a reservarle muchos combates. Una pelea constante por escalar para alcanzar el mayor número de lectores posible, ofreciendo el mejor material que pueda.
Si estáis pensando en dedicaros al oficio del escritor. Debéis saber que en la mayoría de los casos no resultará un tránsito sencillo por un camino asfaltado. No. Es más parecido a un vía crucis.

El hecho de escribir una novela cuando sabes que es a lo que quieres dedicarte es un proceso tremendamente satisfactorio, sí, pero complicado.
No siempre tendréis las ideas claras de lo que queréis plasmar en el papel. El argumento no saldrá como queréis o, peor aún, no os saldrá nada. Os sentaréis tardes enteras frente a una página en blanco sin que podáis escribir ni una sola palabra. Pasaréis innumerables noches de insomnio, dándole vueltas a los personajes, a la historia, a datos que os han faltado incluir... y os levantaréis de madrugada para apuntarlos en la libreta, conscientes de que quizás no os queden más que unas pocas horas de descanso antes de prepararos para ir a ese otro trabajo. Ése que desempeñáis sólo para cumplir con las facturas y la hipoteca; que no es vuestra pasión, ni vuestra forma de vida, y que a pesar de todo os quita ocho horas al día.

Y a pesar de vuestros esfuerzos, de todas las horas de vuestro tiempo libre exprimidas al máximo para escribir, es posible que vuestra novela ni siquiera sea publicable una vez la hayáis terminado. Quizás os parezca que jamás habéis producido nada semejante, pero la cruda realidad sea que vuestro nivel ni siquiera es aceptable. El destino de vuestro primer trabajo (y quizás del segundo y del tercero) puede ser un oscuro cajón del que no salga jamás. Pero incuso si habéis producido algo decente, aún os quedará lidiar con agentes que tardarán meses en daros una respuesta y/o con editoriales, quienes también se demorarán meses en contestar, o directamente jamás lo harán.

Y esa espera, esa vigilia larga y tediosa, consumirá vuestros ánimos. Dudaréis de lo que estáis haciendo, de si habéis tomado el camino correcto, o la profesión adecuada.

Aunque tengáis la suerte de que os publiquen, no tardaréis en comprobar que apenas habéis comenzado a transitar por ese vía crucis. Por lo general, el escritor únicamente percibe el 10% de las ventas de su trabajo, de esa historia que un día surgió desde su creatividad. Editores, impresores, libreros, distribuidores, correctores, maquetadores, agentes... todos ellos viven de esa idea, de esa chispa imaginativa que un día asaltó al escritor, y por la que cobrará un 10%.

Salvo que alcancéis el éxito con vuestra novela -algo sólo remotamente posible-, no tardaréis en comprender que vuestro oficio os reserva todavía algunas desdichas. Porque ser escritor no garantiza un sueldo a fin de mes, ni una estabilidad. Para ser escritor hay que estar dispuesto a sacrificar una forma de vida corriente, ésa que llevan cientos de miles de personas a vuestro alrededor. Es no saber si el trabajo de meses, quizás de años, va a gustar o será un rotundo fracaso. Es pelearse para que las editoriales te presten atención, buscar contactos, acudir a eventos, firmas, presentaciones, ferias... es encontrarse en constante movimiento, siempre peleando, siempre en la brecha. Es lanzarse a la piscina sin saber si estará vacía, y ser valientes para prever que quizás algún día lo esté; pues no siempre puede acertarse en el centro de la diana. Los fracasos vendrán, y puede que lo hagan en el peor de los momentos.

Sin embargo, tal vez hayáis comprendido que no podéis hacer otra cosa. Que nacisteis escritores y escritoras, y que por mucho que os esforcéis no podéis huir de lo que sois. No importarán los fracasos, ni las peleas, ni lo largo que resulte el camino. Necesitáis escribir porque os completa.
Y entonces, cuando os sintáis derrotados, tal vez topéis con una opinión, una reseña o un simple comentario. Alguien ha disfrutado con lo que escribisteis. Ha vivido vuestras aventuras, ha llorado con vuestros personajes o ha reído con las situaciones de vuestro argumento.

Si en ese momento sois capaces de olvidar todos los esfuerzos pasados. Si podéis mirar las peleas mantenidas con el mundo y sonreír, enhorabuena. Ya
sois escritores.



Confesiones literarias XII. La banda sonora de una novela

En talleres literarios y seminarios siempre se abordan los mismos puntos: cómo superar el bloqueo literario, la importancia de llevar siempre una libreta a mano para notar las ideas en el momento justo en el que lleguen, ejercicios para entrenar la creatividad, etc.

No obstante, siempre me ha parecido curioso que no se preste atención a lo que quizás sea una importante fuente de inspiración y, a la vez, una poderosa herramienta para la escritura creativa: la música.

Es probablemente un hecho común que muchos escritores escriben acompañados de música; y si no lo hacen, escuchan música antes de escribir para que que las ideas acudan a su cabeza. La música, en muchas ocasiones, nos inspira más de lo que valoramos y creemos, pero no estamos acostumbrados a darle  la importancia que merece... y eso teniendo en cuenta que en ocasiones se transforma en un pilar fundamental de apoyo a nuestra creatividad.

Esta entrega de las Confesiones literarias he querido dedicarla a lo que, de hecho, me resulta fundamental a la hora de abstraerme del mundo real y evocar la historia de cada novela: la música.
En efecto. Cada vez que me he introducido en una de mis historias lo he hecho acompañado de una melodía de fondo. En mi caso, y dado que soy un fanático de las bandas sonoras, siempre ha sido con una de las pistas de una película concreta. Las melodías no cantadas me ayudan a concentrarme mejor y casi a personarme en el instante que estoy relatando. Cada banda sonora me ha ayudado a acrecentar un instante de dramatismo, de misterio, de acción o incluso de simple transición.

Y para muestra, ¿qué mejor que poner algunos ejemplos? Os dejo algunas de las melodías que me acompañaron durante la escritura de algunas de mis novelas, comenzando por La vidriera carmesí:

Con mi segunda novela, La vidriera carmesí, necesitaba describir momentos de especial violencia. Pero además, cada uno de estos instantes debía encerrar algo más; un mensaje que hiciera estremecer al lector sobre la personalidad de Ismael. Ésta ha sido una de las pocas veces que he recurrido a algo diferente de una banda sonora. Escogí la canción Duality, de Slipknot. Todas las escenas violentas están narradas con esa canción de fondo.

La trilogía Praemortis ha tenido muchas bandas sonoras; no obstante, existe una melodía que me ha acompañado en los momentos de mayor epicidad. Se trata del Neodämmerung, de la película Matrix Revolution. Seguro que quienes habéis leído algo de Praemortis podéis recordar alguno de estos instantes al escuchar la pista.
Por otra parte, otros momentos de estas tres novelas pedían algo radicalmente diferente, una melodía que sonara pausada y dramática al mismo tiempo. He usado muchas para escribir estos instantes, pero de todas me quedo con la elegida para los capítulos más dramáticos de Praemortis III. Se trata de Time, de la BSO de Inception.

El pasado mes de octubre acabé una de las novelas que más me ha divertido escribir. Todavía no puedo dar pistas sobre ella (aunque estoy deseando presentarla al público), sin embargo puedo adelantar que se trata de una historia de misterio y aventuras ambientada en el Madrid de 1915. Para esta novela me especialicé aún más y cree una lista de melodías en Spotify (que de momento es privada). De entre todas ellas, quizás la más escuchada fue Te hunt builds de la BSO de Dracula. Esta melodía siempre me ha fascinado. Gracias a ella aún recuerdo estremecerme mientras describía los momentos más tensos de la novela.
Pero ella existen escenas que intentan introducir al lector dentro de ese Madrid de hace un siglo. Para que el lector lograra adentrarse, primero debía hacerlo yo. Para conseguirlo me sirvió mucho la pista titulada Mycroft suite, que podía escucharse en la última película de Sherlock Holmes.

Actualmente poco puedo decir de la novela que ando escribiendo. Hace unas semanas colgué la imagen con la que me inspiré para crear a su protagonista, Bertram Kast. Hoy os dejo sólo una de las melodías que me están ayudando en el proceso de creación. Se trata de First time de la película The Gost And The Darkness (no recuerdo cómo titularon la película en España).

Casi me atrevería a garantizar que algunos, escuchando todas estas melodías, podríais ser capaces de haceros una idea de las atmósferas que envuelven novelas de las que han formado parte, pero creo que más bien soy yo quien, al volver a escucharlas, me introduzco automáticamente en la historia que escribí. Tal es la fuerza de la música como herramienta y objeto de inspiración. No debería menospreciarse.

Confesiones literarias XI. Hipocresías del mundo literario

Desde el instante en el que uno escarba en el mundillo editorial se da cuenta de que existen algunos trucos para salir al paso. Pensando sobre ellos me han venido a la cabeza dos muy interesantes. El primero se refiere a la cifra de ventas que presentan en algunas novelas; el segundo no es exactamente un "truco" (aunque sirva para vender más, en teoría), sino que, en ciertos aspectos, se ha llegado a transformar en una necesidad.

Engordar cifras de ventas: ¿Cuántas veces hemos visto que en la portada de la novela nos anuncian que ha vendido cientos de miles de ejemplares? Es un reclamo muy utilizado por las editoriales, porque parece que automáticamente la novela adquiere prestigio (lo cual, en más ocasiones de lo esperado, se halla demasiado lejos de la realidad). Pues bien, estas cifras de ventas no siempre son ciertas. Algunas editoriales las engordan a propósito, o incluso se las inventan de principio a fin (es decir, que antes de que la novela haya vendido un sólo ejemplar ya le colocan la etiqueta con "más de doscientos mil lectores en su primer mes", o cualquier anuncio del estilo). 

Colocar cifras de venta astronómicas ha llegado a convertirse en toda una carrera por ver quién pone el mayor número de ceros. De tal modo que he llegado a encontrarme cifras, no ya de cientos de miles, sino millones de lectores. Hace unos meses vi una novela (no recuerdo el título) en cuya portada se aseguraba que había vendido más de cincuenta millones de ejemplares. 
Que una novela de la que no sabía nada casi hubiera logrado igualar a El código Da Vinci resultaba, cuando menos, sospechoso.

Escribir con pseudónimo por obligación: y reitero el "por obligación" porque me refiero a un caso muy específico que obliga a colocar una autoría distinta: el de atrevernos, como escritores, a escribir dentro de un género poco popular entre autores de lengua española. Los lectores podemos ser críticos en exceso, a veces incluso antes de saber de qué trata la novela, y existen determinados géneros en los que tenemos crucificados a los autores en lengua española: la ciencia ficción, sin ir más lejos, es uno de ellos. Preferimos a quienes tienen un apellido extranjero; anglosajón a ser posible. 

Pero resulta que hay buenos escritores de ciencia ficción (entre otros géneros condenados) que escriben en lengua española. ¿Qué hacer para competir con el mercado que monopoliza leste tipo de géneros? Sencillo: escribir con pseudónimo. De tal modo que el señor Juan Moreno se transforma en John Brown y listo. Lectores asegurados. 

Como digo, esta estrategia es sencilla pero no fácil. Escribir con un nombre diferente obligado por las circunstancias no resulta agradable para todo el mundo. Es una pena que, en ocasiones, los lectores podamos ser tan obtusos.

El mundo literario tiene sus hipocresías.  De todos depende que sigan alimentándose.

Confesiones literarias X. El miedo a la página en blanco

En esta entrada quiero hablar del bloqueo literario, de los días en los que no sale nada por mucho que nos esforcemos. 
Ciertos estudios neurológicos aseguran que el cerebro se perfecciona en aquello que practica con regularidad. De este modo, un taxista desarrollará un buen sentido de la orientación, un actor será bueno memorizando textos y un escritor tendrá más facilidad para sentarse frente al ordenador, la máquina de escribir o el papel, y desatar su imaginación.

En efecto, los resultados de la práctica en la escritura (no hace falta que sea nuestra novela) suelen ayudar a que nos habituemos a ello, perdamos el miedo, adquiramos práctica y nos resulte más sencillo llenar de letras la página en blanco. 
Pero no nos engañemos, puede que los días de bloqueo tarden más en aparecer si practicamos la escritura, pero nunca desaparecerán. 

Actualmente me siento a escribir casi todos los días. Con los años he venido observando que cada vez me resulta más fácil comenzar o producir más cantidad de texto, pero recuerdo mañanas -no muy lejanas en el tiempo- especialmente duras; instantes en los que el problema no era no saber qué escribir, sino cómo escribirlo. Las palabras adecuadas no surgían, los minutos pasaban y no aparecía nada que me convenciera. Al final, dos horas después, me encontraba con que había avanzado poco más de quinientas palabras; a doscientas cincuenta palabras por hora. 

¿Deprimente? Pues sí, pero nos sucede a todos.

Este tipo de bloqueo no puede evitarse. Sucede y ya está, y del mismo modo que ese día me salieron quinientas palabras, otras tardes he llegado a producir más de cinco mil. Los dedos me ardían sobre las teclas, y el flujo imaginativo era tan real, tan vívido, que creía ser un mero redactor de acontecimientos que desfilaban frente a mis ojos. Ambas situaciones pueden sucederse, pero la práctica ayuda a que la segunda aparezca con más frecuencia que la primera.

Hay que escribir de forma constante, siempre que se pueda, aunque sea un poco. Pablo Picasso decía que prefería que si las musas debían acudir a él, prefería que lo encontraran trabajando. Yo comparto esa idea, porque me he dado cuenta de que la inspiración casi siempre acude cuando llevo un rato iniciado en la historia, cuando me he metido dentro de ella; de lo que está sucediendo alrededor de los personajes. Por eso hay que ser constante a la hora de escribir y perder el miedo a comenzar sin demasiada fuerza.

La práctica es, posiblemente, el mayor remedio contra el bloqueo, pero también lo es recordar que escribimos por gusto, para disfrutar creando historias, y no por imposición. Y de este modo, cuando perdemos el miedo a escribir, cuando no tememos que el primer párrafo del día sea un texto digno de la antología del error, es cuando las palabras comienzan a salir.

Confesiones literarias IX. Prohibido corregir mientras se escribe

En todo el proceso de escritura, puede que ésta sea una de las lecciones más difíciles de cumplir por el autor y, sin embargo, es también una de las más recomendadas no sólo por escritores de novela; lo he oído decir a profesionales en otras disciplinas. La norma es sencilla:

Mientras se crea NO se corrige.

Vale, un poquito sí se permite. Si tus dedos se traban y escribes mal una palabra, está permitido ponerla bien. Por otro lado, sucede que a veces se nos ocurre una forma mejor de decir una frase que acabamos de expresar. Bueno, esto es lógico. Tampoco hay que ponerse quisquillosos, y ante todo hay que obedecer los impulsos de nuestra creatividad; de modo que adelante, se permite borrar y reescribir. 

Sin embargo, está demostrado que prestar atención a los fallos de, pongamos, el párrafo anterior en lugar de concentraros en los que escribimos resulta dañino para el mismo proceso creativo. Se pierde el hilo de lo que contábamos, el escritor escapa de su historia y ésta pierde la fuerza de la inspiración con la que se estaba desarrollando.

Todo esto puede sonar muy poético, pero resulta que tiene una justificación neurológica, y es que el proceso creativo y el dedicado a la corrección se encuentran en lados distintos del cerebro, de forma que, en efecto, desconectamos uno para conectar el otro. 

Por tanto, debemos evitar sentarnos a corregir nuestra novela cuando tocaba seguir escribiendo, o dejar de escribir para comprobar que el párrafos que hemos terminado posee un estilo pulido. Nada de eso. Excluyendo algunos días afortunados, en los que las musas ya están ahí antes de que apriete la primera tecla, la mayoría de las veces éstas vienen en busca del escritor cuando éste lleva un rato contando mi historia. Si se pone a revisar desaparecerán, y quizás luego no tengan ganas de regresar.

Confesiones literarias VIII. El curioso mundo de los talleres literarios

A lo largo de casi ocho años, he conocido de primera mano el universo de los talleres literarios; bien como alumno, bien ejerciendo de profesor. La experiencia, y las charlas que he tenido sobre el tema con profesores, escritores y otros alumnos me han llevado a ciertas conclusiones que deseaba compartir en la primera entrada que dedico a mi blog tras las vacaciones. Mi intención es la de ofrecer una visión sincera de lo que, a mi humilde entender, significan este tipo de iniciativas. En cualquier caso, se trata siempre de una opinión subjetiva.

A mis veinticinco años, con una creciente necesidad por escribir, decidí apuntarme a uno de los talleres literarios que proliferan en Madrid. Se trataba de un taller de cierto renombre, así que entré con esperanzas de aprender todo lo posible y convertirme en novelista.

No aprendí absolutamente nada.

Tras unos meses asistiendo a las clases, comprobé que éstas se limitaban a acudir con relatos de temática sugerida por el profesor, leerlos frente a los demás y esperar sus críticas (en las que, generalmente, no se incluían las del docente). Al poco tiempo descubrí que existían cientos de foros por Internet donde era posible obtener dichos resultados (o incluso mejores), y que el taller no merecía el pago de 80 euros mensuales. Peor aún, sentí que me habían engañado, timado por una "escuela literaria" que adquiría renombre por contar con docentes de currículum engordado con algunos trabajillos y alguna que otra publicación, pero que no tenían ganas de enseñar, o no sabían hacerlo.

La cruda realidad sobre los talleres literarios es que algunos son una triste escusa para que unos cuantos escritores de segunda o tercera categoría consigan sacarse un dinero para pagar las facturas, y no tener que recurrir a trabajos que no tengan que ver con las letras. Por su puesto, no estoy generalizando, pero temo que esta tónica se dé con más frecuencia de lo que imagino.

Por contra, hay ciertos talleres que sí merecen la pena, con un profesorado comprometido y preparado. La pregunta es, ¿son estos talleres útiles? Respuesta: en cierto modo, sí.

Un taller literario es en muchos sentidos como apuntarse a un gimnasio. Cuando uno se apunta a hacer lo que los aficionados de las pesas llaman musculación y/o mantenimiento no tarda en darse cuenta de que gran parte de los ejercicios podría hacerlos en su casa con un par de mancuernas. Sólo le hace falta constancia y organización. Si no posee ambas virtudes, es probable que los primeros días tenga la motivación de ponerse en el salón a levantar pesas, pero transcurrido un tiempo se cansará, se aburrirá y dejará el ejercicio. El gimnasio le proporciona la obligación de asistir, porque está pagando una mensualidad. Un taller literario funciona del mismo modo, en muchos sentidos. Uno puede escribir en casa, pero asistir le ayudará a no perder la constancia, sobretodo teniendo en cuenta que precio de las mensualidades suele ser verdaderamente caro (más de lo que cuesta un gimnasio, por cierto).

Pero que no os engañen, que no intenten prometeros lo que es imposible conseguir. Un taller literario puede enseñar a escribir, pero no puede conseguir escritores. El talento, el genio creativo, El ingenium no se aprende. Es una cualidad innata. Hace algunos años, escuché a un profesor de talleres literarios afirmar que cualquiera podía ser escritor. Temo que sus afirmaciones se hallaban condicionadas por la necesidad de cobrar a final de mes. Cualquiera puede escribir bien, e incluso convertirse en un pasable escribidor, pero nadie puede transformar en escritor a alguien que no posea talento. Es así de sencillo, y aplicable a todas las artes en las que se imparten clases: pintura, dramaturgia, etc. De los talleres literarios saldrán escritores sólo si ya poseían cualidades. Los demás sólo están aprendiendo a escribir con algo más de propiedad.

Lo que los talleres literarios sí aportan es, lo que Gabriel García Márquez denomina la carpintería, la técnica, el Ars. Con un profesorado competente, un taller enseña técnicas narrativas, estructura de un relato, presentación de personajes, planteamiento de escenas, trucos de escritura, etc. Ésta es su verdadera utilidad... aunque, ¿son el único medio para conseguir la técnica? La respuesta es un no categórico.

Lo cierto es que tal vez (y sólo tal vez) un taller enseñe con más velocidad ciertas técnicas, pero probablemente los potenciales escritores terminarán aprendiéndolas por sí mismos. ¿Cómo? Pues tal y como se ha hecho toda la vida: leyendo mucho y escribiendo mucho. Y no es que lo diga yo; en su día ya lo afirmó Horacio, poeta romano del siglo primero a.C. La adquisición de la técnica mediante la lectura y la práctica con la escritura es algo sobradamente confirmado, es por eso que muchos talleres recomiendan algunas lecturas; es en ellas donde radica el auténtico aprendizaje.

Desde mi humilde opinión, sólo puedo recomendar un taller literario si uno desea adquirir constancia y aprender algunos trucos a mayor velocidad. Un taller no va a hacer milagros con nadie. Pero en el caso de que deseéis apuntaros a alguno, sed cautelosos. Prestad atención al profesorado, leed con cuidado su currículum.
Respecto a personal docente, os presto un par de recomendaciones a la hora de elegir, basadas en mi experiencia como escritor, profesor y filólogo. Igual que con todo lo anterior, tenéis libertad para ignorarlas.


  • Si lo que pretendéis es convertiros en novelistas, buscad profesores que sean escritores. Enseñar tipos de narrador, creación de personajes, tempos de la novela y estructura puede hacerlo cualquiera que se haya leído unos cuantos libros sobre técnicas narrativas. Mejor aún, es probable que muchos de estos conceptos ya los conozcáis, aunque no sepáis cuál es su término técnico. Jerri Fodor, en su libro La modularidad de la mente (1983) habla de una asimilación automática de conceptos. Es decir, que si leéis mucho, o incluso si sois aficionados al cine, probablemente ya sepáis construir una historia (que sea buena, ya es otra cosa), aunque técnicamente no tengáis ni idea de lo que estáis haciendo. Necesitáis un profesor que haya escrito, que conozca de primera mano qué es crear, para que pueda enseñaros cosas que no vienen en los manuales. 
  • No os dejéis llevar por los títulos académicos. Un licenciado en filología no es ningún experto a la hora de enseñar a escribir; en demasiadas ocasiones, no es más que alguien con cierto gusto por los libros, que sabe estudiar y aprenderse lo necesario para aprobar un examen; y quizás hasta escribir con decencia (esto segundo, menos a menudo de lo que pensáis), pero de ahí a convertirse en maestro de escritores va un mundo. Salvo parcialmente de esta criba a quienes tienen estudios en teoría de la literatura. Probablemente hayan recibido clases más adecuadas para impartir un taller literario.



En conclusión: los talleres literarios pueden resultar útiles en determinas circunstancias, pero no son necesarios. Si ya asistís a uno, quizás debáis reconsiderarlo, especialmente si resultan abusivamente caros para lo que enseñan.

Confesiones literarias VII. Cómo escribir una novela

Si habéis llegado hasta aquí, es que probablemente os ha llamado la atención el sugerente título de esta entrada. Pues bien, dejadme comenzar evocando mi situación hace seis años, cuando todavía peleaba por abrirme un hueco dentro del mundo de la literatura.

Por aquel entonces, asistí a diversos seminarios en los que se decían muchas cosas interesantes sobre el mundo de los escritores. Oía a ponentes exponer maravillas acerca del arte de de la creación, pero nunca cómo escribir una novela. el cómo era siempre la gran incógnita.

Buscando la fórmula mágica, me inscribí en un taller literario. Allí esperaba que me explicaran cómo escribir una novela, qué debía hacer, qué pasos tomar. Pero nada de eso; las clases se centraban en escuchar los relatos de los demás, pensar en lo que había fallado, tomar nota y apuntar el siguiente ejercicio que debíamos hacer en casa para exponer en el taller. Si he de ser sincero, aquella etapa me resultó algo desconcertante. Tuve la sensación de no estar avanzando absolutamente nada, y además pagando por ello. Un desastre. Con el tiempo, he comprendido que un taller literario es como ir al gimnasio: te puedes comprar un par de mancuernas y hacer el 80% de los ejercicios en tu casa (salvo, quizás, los de pierna); pero en un gimnasio vas a tener a alguien pidiéndote que te esfuerces... para eso le pagas.

Del taller literario salí sin saber el cómo y doscientos euros más pobre, así que probé a licenciarme en Filología Hispánica, a ver si estudiando una carrera alguien daba respuesta a la gran pregunta...

Lectores que pensáis en estudiar una carrera de hispánicas para mejorar en la escritura: no se os ocurra matricularos. La filología, en sí, no sirve para formaros literariamente, sino la avalancha de novelas que debéis leer. Es más productivo que estudiéis otra cosa, y que saquéis el programa de lecturas de cada asignatura a través de Internet. Éstas os formarán literariamente, y además estaréis en una carrera que no disponga de un tobogán a la cola del paro.
Tarde me di cuenta de que la clave no estaba en la carrera; más o menos en 3º curso, pero ya que estaba, me licencié. 

Bien, si, llegados a este punto, todavía continuáis leyendo, es que de verdad os interesa saber cómo escribir una novela. Ahora dejadme que os confiese la cruda realidad: no hay una fórmula mágica. Que nadie os engañe, escribir una novela es un proceso duro y exige una enorme dedicación y disciplina. ¿Y qué hay respecto al cómo? La respuesta es que a escribir se aprende escribiendo y leyendo mucho. Es así como uno, al final, asimila los procesos para elaborar una historia decente. Después, cada escritor tiene su propio método; no hay reglas fijas, y cualquiera es válida si le funciona a quien la utiliza. No obstante, como no quiero dejaros con una sensación insípida en el paladar, voy a pasar a confesaros cómo es, por norma general, mi proceso de escritura de una novela, aprovechando que estoy a punto de terminar con la 6ª. Al principio, este proceso que parece tan bien estructurado era más caótico, pero poco a poco me he ido perfeccionando (de nuevo, mediante una estricta disciplina).
Este proceso no lo he aprendido ni en un taller, ni leyendo manuales, ni por recomendaciones de nadie. Todo ha resultado a base de comprender cómo funcionaba mi propio proceso creativo e ir puliéndolo.

Animo también a los escritores que lean este blog a que publiquen su método particular, creo que podría resultar muy revelador para quienes empiezan:


  1. Todo comienza con una idea. Por supuesto, se parece muy poco a lo que será la novela, y para nada es el argumento de ésta. Se trata de un flash, una imagen de una escena que no tiene por qué ser del principio o del final, sino de cualquier punto incierto. A partir del primer fogonazo, la idea comienza a crecer hacia ambos lados.
  2. Dejo que la idea macere en la cabeza, y voy tomando apuntes de lo que se me va ocurriendo en relación a la misma. Este proceso puede durar unos meses, o años; por ejemplo, la primera idea que tuve sobre la novela que estoy a punto de terminar se me ocurrió hace más o menos unos diez años.
  3. Llega un momento en el que me siento preparado para escribir la idea: ésta ha madurado lo suficiente; es hora de ponerse sobre el papel. Por lo general, a estas alturas ya sé, en términos generales, cómo va a terminar la historia. Conocer cuál va a ser el final (de forma general, repito) me ayuda a saber hacia dónde voy. También suelo tener más o menos elaborado un inicio, de modo que todo consiste en llegar desde el punto A al B. 
  4. Elaboro una sinopsis de capítulos, explicando en términos generales lo que sucederá en cada uno. Normalmente no desarrollo una sinopsis de la novela completa, sino hasta uno de los giros de trama. Cuando tengo la sinopsis, escribo la historia esta el punto de cambio.
  5. Repito el proceso de sinopsis y escritura hasta terminar la novela.. Nunca lo he hecho más de dos veces, así que puede decirse que cada nuevo proyecto está dividido en dos grandes bloques de planificación y escritura.
  6. Primera corrección: la suelo hacer desde el ordenador. Me he acostumbrado a tomar apuntes mientras escribo sobre cosas que podrían pulirse, en lugar de corregirlas en el momento, porque prefiero que el mismo acto de escribir se detenga lo menos posible. Ya habrá tiempo para reparar fallos.
  7. Presento la novela corregida a un lector de confianza (y dispuesto a ser crítico), para que apunte los errores que yo no he visto. Los corrijo, si es necesario hacerlo.
  8. Segunda corrección de la última versión de la novela; ahora en papel. Ésta es, probablemente, la corrección más importante. Hacerla desde el papel es algo que recomiendo del todo, porque permite observar muchísimas cosas que pueden mejorarse.
  9. Tras la segunda corrección, paso la novela a otros dos o tres lectores y espero su reacción. Apunto lo que me indiquen y tomo cartas en el asunto si lo creo preciso.
  10. Y, al fin, la novela está terminada y lista para enviársela al editor.

Salvando el proceso de maduración de una idea en mi cabeza, una novela suele llevarme entre seis y diez meses de trabajo constante. 

Y ahora, casi al final del artículo, los más avispados diréis: "si, pero cómo escribes una novela". Creo que esto es lo más parecido al cómo que os puedo dar. La conclusión es que nadie puede enseñaros a escribir; porque ser escritor es una vivencia, no un trabajo. Sé que puede sonar poético, pero es una cruda realidad; y al igual que cualquier otra experiencia de vida, a escribir sólo se aprende con tiempo, esfuerzo y salvando errores.


Por cierto, con mi novela actual ando en el paso 8.





Confesiones literarias VI. Experiencia sobre la autopublicidad en facebook

Hace algunos días reflexioné sobre un asunto cada vez más frecuente entre los escritores: la oportunidad de publicitar tus obras a través de un blog o de las redes sociales. El asunto despertó mis inquietudes cuando, en una página de Facebook, alguien se quejó de que ya no se hablaba, sino que el muro se había transformado en una tediosa sucesión de anuncios por parte de los suscritos, que publicitaban su obra con la esperanza de recibir alguna atención, algún comentario o, al menos, algún mísero pulgar hacia arriba.

Por curiosidad, me he pasado desde entonces ojeando dicha página y algunas otras, observando anuncio tras anuncio (casi siempre de los mismos usuarios), para sacar mis propias conclusiones. Sí, tenían razón los que se quejaban: me resultó tedioso, insoportable. Además, no me sentí interesado por lo que se anunciaba. Esto me condujo a la siguiente pregunta: ¿son útiles los anuncios que hacemos de nuestras obras a través de las redes sociales? ¿Alguien los lee?

Tranquilos, la respuesta es sí, aunque con un pero.

El mundo está lleno de autores que buscan abrirse paso con una idea; con una historia que contar. Para algunos es la primera vez que publican, y acaba de darse cuenta de que, además de cuánto pueda promocionarles su editorial, ellos también pueden hacer algo a través del libre mundo que es Internet.
Blogs, twitter, bacebook... hay muchas posibilidades de dar a conocer a tus contactos lo que has producido.  Pero cuidado, todas estas herramientas no son más que eso, herramientas, y como tales pueden utilizarse equivocadamente. He aquí un par de consejos para mantenernos tras la línea de la información y no pasarnos al campo de la pesadez recalcitrante:



  1. Probablemente, la regla más significativa: Mesura. Es posible que creas que tu obra es una maravilla de las letras, una verdadera genialidad, pero créeme, anunciarla cada veinte minutos por facebook va a lograr un efecto de rechazo entre tus seguidores. No los agobies. Anuncia tu trabajo, pero sin excederte
  2. Quizás pienses que es mejor publicitar tu novela todo lo posible porque no ves que nadie opine cada vez que cuelgas un enlace en facebook, o que nadie le da al "me gusta". Pero ¡Ay, misterios de la tecnología! Resulta que al otro lado de tu ordenador sí que hay vida, y lo que resulta más increíble, en realidad SÍ están leyendo lo que cuelgas. Esta regla también es aplicable a un blog. No te preocupes si no recibes comentarios. Echa un vistazo a las visitas. Quizás te sorprendas. Hay gente que te presta atención, aunque no lo sepas.
  3. No te conviertas en una máquina de publicidad, inanimada salvo para colgar enlaces, reseñas y demás. Sé también el escritor que hay detrás. A la gente le gusta saber qué proyectos tienes en mente, cómo andas con la novela que escribes, si la trama de tu novela te está dando guerra, o si te has levantado con ganas de darle a las teclas. Muéstrate tanto como muestras tu novela. 
  4. Si al anunciarte en facebook escribes: "una novela maravillosa", y a continuación pegas el enlace, tendrá un efecto soso, desmotivado, interesará a poca gente. Si cuelgas un anuncio, hazlo para que se vea, para que enganche. Como lectores, como público, somo vagos... muy, muy vagos. Nos cuesta incluso darle al botoncito del ratón; además, nos hemos acostumbrados a un bombardeo constante de publicidad, de modo que necesitamos algo que nos llame la atención de verdad. ¿Cómo lograrlo? Escribe algo ingenioso, algo que atraiga y que anime a pinchar dentro del enlace. No tiene por qué ser extenso, aunque la experiencia me dice que la gente se fija con más frecuencia si ocupa más de una línea de texto. Demostrad que sois escritores.


Antes de terminar, hasta la semana que viene, dedico esta entrada a quienes influyeron en la creación de esta entrada: al usuario de la página de facebook que se quejó de la avalancha de anuncios; a los escritores, tanto los que saben publicitarse, como a los que todavía les queda algo por aprender; y a todos los que opinasteis cuando os pregunté. Gracias a todos.


Confesiones literarias V. Cuando toca opinar sobre el trabajo de otros

Hace unas semanas cayó en mis manos la novela El espíritu del lince, de Javier Pellicer. Es su primera obra. En estos casos, sucede que no me gusta hacer de crítico, porque, por desgracia, suelen pedirme opinión sobre trabajos que podrían engrosar una antología sobre la mediocridad, algunos incluso ya publicados. Por fortuna, cuando me inicié en las primeras páginas de la novela de Javier pude resoplar con tranquilidad. La obra es buena y está muy bien trabajada. Se disfruta de la primera a la última página. Javier domina la narrativa, y lo demuestra con algunos párrafos que destilan auténtica poesía. Ya dije en otra de mis confesiones que el escritor traslada algo de lo que siente al escribir a los lectores (a no todos les sale esta técnica, ojo). Y que el lector terminará recibiendo en forma de idéntica sensación. No sé cómo se explica este proceso, pero sucede. El espíritu del lince tiene momentos así; instantes en los que vibras junto al protagonista. Recomiendo esta novela. Se nota que hay un trabajo detrás, y que es fruto de un autor que es un escritor de pies a cabeza.

Sin embargo, no todas las novelas son tan buenas como ésta, ni todos los autores están dispuestos a acoger una crítica negativa sobre su trabajo. Es el problema de enamorarnos de lo que escribimos. Pensamos que hemos producido una obra perfecta, exenta de fallos. ¡Ay!, cuán perdidos se encuentran algunos. La crítica, compañeros que os dedicáis a las letras, es sana y ayuda a mejorar sobre lo que falla, pero hasta los escritores consagrados -e incluso me atrevería a decir que especialmente muchos de ellos, precisamente por encontrarse en el estatus en el que se encuentran-, creen que ya no tienen nada que mejorar. Pero la vida de escritor es un constante aprendizaje... y la del crítico, también.

Por eso, a continuación describo una serie de conceptos que deberían almacenar en su memoria tanto los lanzadores de críticas como los receptores, fruto de años de mi propia experiencia como analista literario y como escritor:

PARA LOS CRÍTICOS


  1. No os conforméis con decir "esta novela es una basura". Eso no aporta nada a su autor. Decid qué es lo que no os ha gustado, y por qué.
  2. Comenzad hablando de las cosas buenas que tiene la novela, que alguna tendrá.
  3. Escapad de la pedantería. Se huele a kilómetros. Pensad, antes de dar vuestra opinión, que probablemente estáis hablando del trabajo de meses, o incluso años. Es muy posible que el escritor contemple su obra como a un hijo. A nadie le gusta que le hablen mal de su hijo.
  4. Puede suceder que, aun realizando una crítica con tacto, recibáis una respuesta airada. Estad preparados.
PARA LOS ESCRITORES

  1. No, vuestra novela no es perfecta. Si en su tiempo han sacado errores al Quijote, vuestra obra también puede permitirse algún que otro fallo.
  2. Entre los críticos hay mucho resabido y mucho escritor frustrado. A veces encontraréis críticas feroces, pero no tienen por qué ser acertadas.
  3. Si dos personas o más os señalan el mismo error, es probable que, en efecto, éste exista.
  4. Acoged las críticas desde un punto lo más objetivo posible. Analizadlas, aunque sean crueles, y ved si están en lo cierto. Es posible que gracias a ello podáis mejorar algo para vuestro próximo trabajo.
  5. Rectificar es de sabios, aunque haya que cambiar toda la novela. Tened en cuenta que, de no hacerlo, es posible que terminéis aborreciendo vuestra obra en el futuro. 








Confesiones literarias IV. Me enamoré de mi novela.

Desde finales de 2011 (desde el 26 de diciembre, para ser exactos), me he lanzado a la escritura de una novela que llevaba mucho tiempo en mi cabeza, y que surgía de cuando en cuando para exigirme que la escribiera. Se trata de una idea que hace años que quería desarrollar. ¿Por qué no lo he hecho antes? Bueno, resulta que cada novela tiene su tiempo. En ocasiones hay otros proyectos más apremiantes, o no tenemos la madurez literaria que la historia exige. A veces, simplemente, tenemos pleno convencimiento de que no debemos escribirla aún... hasta que una mañana, uno se despierta con el pálpito de que al fin ha llegado el día señalado. Entonces abre el ordenador y escribe el primer capítulo. Ya está, ya está hecho. Una nueva aventura ha comenzado.

Así ha ocurrido con esta novela. Claro está, cuando un acontecimiento tan esperado se produce al fin, las energías, ilusiones y ánimos con los que emprende dicha aventura literaria son desbordantes. Tanto, de hecho, que podemos caer en la trampa de enamorarnos de lo que escribimos.

He conocido a escritores que han sucumbido a tales engaños. Yo mismo sufrí a causa de un amor veraniego por algo que estaba escribiendo. En estos casos, sucede exactamente igual que en el enamoramiento mundano: no nos damos cuenta de los defectos de nuestra pareja, hasta que alguien nos los muestra, o hasta que tenemos el valor de distanciarnos emocionalmente, aunque sólo sea un poquito, para ver todo desde otra perspectiva.

Colegas escritores, cuidado. El enamoramiento literario sucede, y hace falta mucha sangre fría para eliminar lo que tanto nos gustaba de nuestra novela, pero que no encaja ni a patadas dentro del argumento. Es en esos momentos en los que hay que apretar los dientes y darle a la tecla de borrar. Eliminemos esa frasecita lapidaria que tanto nos gustaba, pero que, por muchas vueltas que le demos, no encaja en nuestra novela. Desechemos al personaje que nos recordaba a nuestro amigo de la infancia, pero que debería estar muerto hace dos capítulos. ¡Borremos sin piedad líneas, párrafos y capítulos enteros! Al final, los lectores lo agradecerán.

Estoy orgulloso de reconocer -sí, voy a tirarme algunas rosas- que he avanzado mucho en un terreno tan accidentado como éste. El pasado verano me puse con la escritura de un thriller de acción. Una novela que tenía bien estructurada, con sus personajes, capítulos, giros dramáticos y demás. Sin embargo, a medida que la escribía advertí que algo no funcionaba. Sencillamente, no era el momento de escribirla.

Cuando llevaba escritas algo más de veinticinco mil palabras lo dejé. La historia no me convencía, y tras verla desde un prisma más objetivo, vi que no estaba logrando mis objetivos. Probablemente, la reescribiré completamente el año que viene, quizás en primavera de 2013 (si no se ha terminado antes el mundo). Ése será, sin ningún género de dudas, el momento en el que deba ser escrita.

Y ahora, tras escribir el blog, me pongo de vuelta con mi querida novela. ¿Estaré sintiendo amor ciego por ella? No, no lo creo. Es sólo un romance de invierno.