Confesiones literarias XIV. Sobre el ansiado triunfo literario

En mi anterior entrada sobre confesiones literarias, donde hablaba del duro trayecto para convertirse en escritor, me respondía Rafael R. Costa recordándome un aspecto que se me había olvidado describir: el éxito de quienes parecen no merecerlo, y el olvido al que algunos buenos escritores y escritoras parecen condenados.

No me lo dice un cualquiera. Reviso mi lector Kindle. En la biblioteca cuento más de 40 títulos de los escritores llamados indie, entre los que está su novela. De todos ellos, no hay quien se aproxime en calidad literaria a Costa (algunos, de hecho, se hallan en las antípodas). Ya quisiéramos muchos escribir como él escribe.

¿Y dónde está el éxito? No sé si él lo tuvo, lo ha tenido, o si querría tenerlo. Le invito a pronunciarse, si lo desea. Lo que sí sé es que yo he soñado muchas veces con triunfar. Y no hablo de un número de ventas razonable, sino del verdadero éxito. Ése que te coloca junto a los nombres conocidos, y ya no permite que te bajes del pedestal.
Muchos buscamos alcanzar esa meta, ¿cómo podría ser de otro modo? El ego del artista nos empuja a ello. Escritores, actores, pintores... todos buscan la aprobación, el aplauso del público. Forma parte de su personalidad. El ego del artista es así; maldición y virtud a partes iguales, nos alienta a mejorar, a superarnos, pero nos derrumba si no conseguimos la recompensa que creemos merecer a nuestros esfuerzos. Quizás sea más maldición que virtud, quién sabe.

Y sin embargo, la cruda realidad es que puede que nunca lleguemos a ser conocidos; es más, quizás sea más recomendable no escuchar al ego. ¿Es que no escribimos por que la necesidad se halla impresa en nuestra misma naturaleza? ¿Vamos a dejar de hacerlo si no alcanzamos la gloria? Muchos conocéis esta respuesta, y a pesar de ello, las envidias y rivalidades entre los escritores se encuentran a la orden del día. Eso, lo queramos o no, también se encuentra impreso en el ADN artístico, y cuesta exorcizarlo... aunque todo es posible.

Hace unos meses, una buena amiga me contaba cómo su padre (dedicado al cine) había llegado a un punto en el que los éxitos y las críticas daban lo mismo. Se hallaban en un segundo plano, al igual que cualquier atisbo de rivalidad con los compañeros del mundillo, porque lo único que él deseaba era continuar haciendo lo que hacía, contar al mundo sus historias. En aquel instante me sorprendió, y aún me provoca un intenso respeto. Me parece que alcanzar un estado semejante demuestra una madurez que no siempre llega a alcanzarse, pero a la que espero llegar.

¿Por qué novelas mediocres, o manifiestamente desastrosas consiguen un éxito inexplicable? ¿Por qué nos sorprende encontrar escritores de una calidad extraordinaria bajo el sello de editoriales poco conocidas, relegados a las estanterías que más polvo acumulan? ¿Es que todo en esta vida se ha transformado en una adecuada campaña de marketing y en subirse al carro de las modas? ¿Acaso hemos descendido a los últimos estadios de la inteligencia borreguil, que nos dejamos llevar por lo que nos dicen que debe ser leído? Os invito a responder.

Yo, frente a estas preguntas, termino con lo mismo que respondió Vargas Llosa en sus Cartas a un joven novelista: no conozco la respuesta. Así que no me queda sino dar el mismo consejo que ofrecían en un famoso anuncio de detergentes de los años 80: busque, compare, y si encuentra algo mejor, cómprelo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Coincido toalmente. Excelente blog.