A mis veinticinco años, con una creciente necesidad por escribir, decidí apuntarme a uno de los talleres literarios que proliferan en Madrid. Se trataba de un taller de cierto renombre, así que entré con esperanzas de aprender todo lo posible y convertirme en novelista.
No aprendí absolutamente nada.
Tras unos meses asistiendo a las clases, comprobé que éstas se limitaban a acudir con relatos de temática sugerida por el profesor, leerlos frente a los demás y esperar sus críticas (en las que, generalmente, no se incluían las del docente). Al poco tiempo descubrí que existían cientos de foros por Internet donde era posible obtener dichos resultados (o incluso mejores), y que el taller no merecía el pago de 80 euros mensuales. Peor aún, sentí que me habían engañado, timado por una "escuela literaria" que adquiría renombre por contar con docentes de currículum engordado con algunos trabajillos y alguna que otra publicación, pero que no tenían ganas de enseñar, o no sabían hacerlo.
La cruda realidad sobre los talleres literarios es que algunos son una triste escusa para que unos cuantos escritores de segunda o tercera categoría consigan sacarse un dinero para pagar las facturas, y no tener que recurrir a trabajos que no tengan que ver con las letras. Por su puesto, no estoy generalizando, pero temo que esta tónica se dé con más frecuencia de lo que imagino.
Por contra, hay ciertos talleres que sí merecen la pena, con un profesorado comprometido y preparado. La pregunta es, ¿son estos talleres útiles? Respuesta: en cierto modo, sí.
Un taller literario es en muchos sentidos como apuntarse a un gimnasio. Cuando uno se apunta a hacer lo que los aficionados de las pesas llaman musculación y/o mantenimiento no tarda en darse cuenta de que gran parte de los ejercicios podría hacerlos en su casa con un par de mancuernas. Sólo le hace falta constancia y organización. Si no posee ambas virtudes, es probable que los primeros días tenga la motivación de ponerse en el salón a levantar pesas, pero transcurrido un tiempo se cansará, se aburrirá y dejará el ejercicio. El gimnasio le proporciona la obligación de asistir, porque está pagando una mensualidad. Un taller literario funciona del mismo modo, en muchos sentidos. Uno puede escribir en casa, pero asistir le ayudará a no perder la constancia, sobretodo teniendo en cuenta que precio de las mensualidades suele ser verdaderamente caro (más de lo que cuesta un gimnasio, por cierto).
Pero que no os engañen, que no intenten prometeros lo que es imposible conseguir. Un taller literario puede enseñar a escribir, pero no puede conseguir escritores. El talento, el genio creativo, El ingenium no se aprende. Es una cualidad innata. Hace algunos años, escuché a un profesor de talleres literarios afirmar que cualquiera podía ser escritor. Temo que sus afirmaciones se hallaban condicionadas por la necesidad de cobrar a final de mes. Cualquiera puede escribir bien, e incluso convertirse en un pasable escribidor, pero nadie puede transformar en escritor a alguien que no posea talento. Es así de sencillo, y aplicable a todas las artes en las que se imparten clases: pintura, dramaturgia, etc. De los talleres literarios saldrán escritores sólo si ya poseían cualidades. Los demás sólo están aprendiendo a escribir con algo más de propiedad.
Lo que los talleres literarios sí aportan es, lo que Gabriel García Márquez denomina la carpintería, la técnica, el Ars. Con un profesorado competente, un taller enseña técnicas narrativas, estructura de un relato, presentación de personajes, planteamiento de escenas, trucos de escritura, etc. Ésta es su verdadera utilidad... aunque, ¿son el único medio para conseguir la técnica? La respuesta es un no categórico.
Lo cierto es que tal vez (y sólo tal vez) un taller enseñe con más velocidad ciertas técnicas, pero probablemente los potenciales escritores terminarán aprendiéndolas por sí mismos. ¿Cómo? Pues tal y como se ha hecho toda la vida: leyendo mucho y escribiendo mucho. Y no es que lo diga yo; en su día ya lo afirmó Horacio, poeta romano del siglo primero a.C. La adquisición de la técnica mediante la lectura y la práctica con la escritura es algo sobradamente confirmado, es por eso que muchos talleres recomiendan algunas lecturas; es en ellas donde radica el auténtico aprendizaje.
Desde mi humilde opinión, sólo puedo recomendar un taller literario si uno desea adquirir constancia y aprender algunos trucos a mayor velocidad. Un taller no va a hacer milagros con nadie. Pero en el caso de que deseéis apuntaros a alguno, sed cautelosos. Prestad atención al profesorado, leed con cuidado su currículum.
Respecto a personal docente, os presto un par de recomendaciones a la hora de elegir, basadas en mi experiencia como escritor, profesor y filólogo. Igual que con todo lo anterior, tenéis libertad para ignorarlas.
- Si lo que pretendéis es convertiros en novelistas, buscad profesores que sean escritores. Enseñar tipos de narrador, creación de personajes, tempos de la novela y estructura puede hacerlo cualquiera que se haya leído unos cuantos libros sobre técnicas narrativas. Mejor aún, es probable que muchos de estos conceptos ya los conozcáis, aunque no sepáis cuál es su término técnico. Jerri Fodor, en su libro La modularidad de la mente (1983) habla de una asimilación automática de conceptos. Es decir, que si leéis mucho, o incluso si sois aficionados al cine, probablemente ya sepáis construir una historia (que sea buena, ya es otra cosa), aunque técnicamente no tengáis ni idea de lo que estáis haciendo. Necesitáis un profesor que haya escrito, que conozca de primera mano qué es crear, para que pueda enseñaros cosas que no vienen en los manuales.
- No os dejéis llevar por los títulos académicos. Un licenciado en filología no es ningún experto a la hora de enseñar a escribir; en demasiadas ocasiones, no es más que alguien con cierto gusto por los libros, que sabe estudiar y aprenderse lo necesario para aprobar un examen; y quizás hasta escribir con decencia (esto segundo, menos a menudo de lo que pensáis), pero de ahí a convertirse en maestro de escritores va un mundo. Salvo parcialmente de esta criba a quienes tienen estudios en teoría de la literatura. Probablemente hayan recibido clases más adecuadas para impartir un taller literario.
En conclusión: los talleres literarios pueden resultar útiles en determinas circunstancias, pero no son necesarios. Si ya asistís a uno, quizás debáis reconsiderarlo, especialmente si resultan abusivamente caros para lo que enseñan.
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