Cuando se reconoce a un escritor desde niño

Hace una semana, me sorprendió ver, entre las palabras de búsqueda que los navegantes escribían para entrar en mi blog, la frase "cómo reconocer a un escritor de niño". 

Aquello me hizo recapacitar sobre mi propia infancia. Llevo toda la semana haciendo un regreso al pasado, rememorando mi comportamiento. Desde luego, ya de niño apuntaba muchas maneras.

No soy psicólogo, así que no me atrevo a dar una lista de capacidades por las que reconocer a un futuro artista. No obstante, hoy quiero compartir buena parte de mi infancia, no para hacer un análisis, sino para animar a otros escritores a recordar sus primeros años y ver, a modo de experimento, en cuántos datos coincidimos. 

Nací y crecí en el barrio obrero de Vallekas (sí, me he ganado el derecho a escribirlo con K), en Madrid (España), en el seno de una familia humilde. Mi padre trabajaba como vendedor, y mi madre era ama de casa. Soy el mayor de tres hermanos.
Ya de muy pequeño, descubrí mi pasión por contar historias cuando, en el colegio, me mandaron escribir un cuento en el que debían aparecer diversos elementos: un gato, un molino, un violín y otros que no recuerdo. Debía tener unos cinco años. Todavía no escribía bien, así que mi madre me ayudó. 

La experiencia me dejó marcado. A partir de entonces, me dediqué a la creación de historias utilizando mi imaginación. No tardé en manifestar a mis padres, y a todo el que me preguntaba, que yo de mayor quería ser "cuentista" (no conocía el término "escritor", y nadie quiso explicármelo, porque les hacía gracia el doble sentido que tenía aquello de "querer dedicarme al cuento"). 

En el colegio era un niño peculiar. Solía distraerme mucho en clase. Mis notas, desde tercero a quinto de E.G.B. están llenas de comentarios como "No se concentra". Los profesores reconocían que era muy inteligente, pero no había forma de hacerme estudiar.  
No me gustaban el fútbol ni los coches. En los recreos no practicaba deporte (nunca he sido muy habilidoso). En lugar de ello, inventaba circuitos alrededor del patio que consistían en escalar muros, saltar de alcantarilla en alcantarilla, buscar objetos en el arenero y otros retos que, vistos en conjunto, formaban una increíble aventura. 

En casa me costaba hacer los deberes. Pero cuando salía a jugar con mis amigos, no tenía problemas para crear historias muy elaboradas sobre bárbaros (Influencia de Conan) o personajes excepcionales que sobrevivían en futuros postapocalípticos (mezcla de Terminator, Mad Max, Alien, Predator y sabe Dios qué más). 
Entre los siete y los once años, solía tomar varias hojas de papel, las doblaba por la mitad y las grapaba. Así fabricaba un libro en el que escribir historias fantásticas. Recuerdo haber creado un personaje llamado "El", (una versión de Indiana Jones) que protagonizó más de 20 cuentos en los que se enfrentaba a monstruos fantásticos, zombies, dinosaurios y todo lo que se me ocurriera. 
Muchos años después, me sorprende ver que en mi cabeza se estaba generando un imaginario sorprendente. Dicho imaginario ha ido madurando, pero conserva sus orígenes. Así, mi querido protagonista de la infancia, "El", ha evolucionado hasta transformarse en John Baldinger, de la novela La costilla de Caín

Es el mismo personaje, escrito veintiocho años después. 

Por desgracia, ni mis profesores ni mis padres me llegaron a comprender bien. Tenía mucha imaginación, eso lo reconocía todo el mundo, pero no había forma de que me concentrara, de modo que "no valía para los estudios". Por si fuera poco, allá por el año 91 descubrí el fabuloso mundo de los juegos de rol. 
¿De verdad existía un conjunto de reglas para crear aventuras ilimitadas en mundos fantásticos? Aquello fue mi perdición. Jugaba constantemente (siempre dirigía yo las partidas, claro). Suspendí todas las asignaturas. Mis profesores, en un acto de misericordia, me regalaron el Graduado Escolar y me metí a Formación Profesional. También suspendí, a pesar de intentarlo con varias profesiones, así que fui directo a trabajar... a trabajar en todo tipo de empleos. Tenía dieciséis años. 

La trayectoria desde los dieciséis hasta la publicación de mi primera novela, a los veintisiete, es larga y tediosa. Pero la conclusión, muchos años después, es que por muchas vueltas que me haya dado la vida, al final he terminado siendo lo que ya era de niño: escritor (ahora sí conozco la palabra adecuada). 
Me ha dado tiempo a licenciarme en Filología Hispánica, y por el camino he publicado siete novelas. Tengo la octava lista para lanzarla al mundo y montones de ideas para historias nuevas. Escribo, además, una obra de teatro infantil, varios artículos al mes y el guión para una serie. 

La imaginación jamás me ha abandonado, siempre ha estado ahí, presente, asaltando mi cabeza con nuevas ideas. No parece que se vaya a marcharse. 

Hoy puedo decir, con orgullo, que soy escritor. 
Pero resulta que siempre lo he sido, ¿o no?

6 comentarios:

Valdemar dijo...

Bonito escrito.
Así es, tal como lo cuentas. Sólo que 20 años antes y en la Vallekas de Huelva.

Felicidades.

Blanca Miosi dijo...

Yo nunca me imaginé ser escritora. A la edad de 50 escribí mi primera novela. Hasta ese momento no sabía que podía hacerlo.

Carmenzity dijo...

Es la eterna pregunta: ¿Un escritor nace o se hace? Desde luego, tú ya apuntabas maneras de pequeño y creo que la vida después te ha ido dejando margen para desarrollar esa precoz imaginación. No siempre es el caso, así es que puedes estar muy contento y muy orgulloso.
A seguir así.
Saludos (mi chico también es del Valle, jeje, yo también me he ganado el derecho a decirlo así no???) ;)

Prisca dijo...

Totalmente identificada contigo, menos en las notas, que yo he sido de las empollonas :) . La imaginación ha sido una de las mejores diversiones de mi vida. Creé infinidad de mundos para jugar con mis amigos, después dirigí incontables partidas de rol de mi cosecha, y he acabado plasmando mi diversión en un libro. ¡Estaba cantado!
Nos leemos ;)

Rachel Ripley dijo...

Leyéndote, he rememorado mi infancia, mis profesores también decían "Se distrae con facilidad", "Si quisiera...". Mis cuadernos de deberes estaban llenos de pequeños cuentos y la imaginación estaba presente en todas mis actividades.
Como tú, creo que el escritor nace, igual que el músico o el pintor. Cultivar después esa vocación ya es tarea nuestra.

Rachel Ripley dijo...

Leyéndote he vuelto a mi infancia. "No se concentra", me decían los profesores, y tenían razón, porque yo siempre estaba viajando por los vericuetos de mi fantasía...Mis cuadernos de deberes llenos de cuentos empezados y, desde pequeña, una máquina antigua de escribir.
Creo que el escritor nace, como el músico o el pintor. Cultivar esa vocación, regarla y abonarla para que dé frutos, públicos o no, es ya cosa nuestra.

Un gran blog. Enhorabuena.