Como buenamente puedo, me abro paso por el Paseo del Prado hasta Neptuno. Allí me resulta imposible avanzar más; tal es la aglomeración de gente. Se gritan consignas y se enarbolaban carteles que, en definitiva, piden un cambio, un cese de las políticas actuales.
A eso de las 21:30 comienzan las pitadas a la policía. Buena parte de los manifestantes se han marchado, pero todavía queda mucha, mucha gente. Como quince minutos después, aumentan los insultos y pitidos, y comienzan a lanzarse objetos a la fila de agentes.
Los antidisturbios avanzan. Caminan desde las marquesinas de los autobuses hasta el centro de la plaza. Los manifestantes corren. Comienzan a lanzarse petardos. Llega un refuerzo policial por la espalda, por la calle Felipe IV. Cuatro o cinco furgonetas. Los antidisturbios cercan a los manifestantes, que se aprietan en el Paseo del Prado. Allí no cabe nadie. Muchos gritan que no se corra, porque hay demasiada gente, y si se corre, puede ocurrir el desastre.
Llega un representación del cuerpo de bomberos. Se pasea entre los manifestantes, que les aplauden por sumarse a la protesta. Se escuchan gritos dirigidos a la policía. Les piden que sigan el ejemplo.
La policía avanza por el Paseo del Prado, dividendo a la gente, que sigue lanzando objetos y gritando consignas. Comienzan a escucharse las descargas de los fusiles de pelotas, se confunden con las explosiones de los petardos.
Cargan. La gente se apretuja contra la fachada del Museo del Prado y se refugia en las escaleras de la puerta de Goya. Allí son perseguidos y empujados hacia la iglesia de los Gerónimos.
El Paseo del Prado parece un campo de batalla. En el ambiente flota un humo blanquecino. Se escuchan gritos, sirenas y descargas. Pequeños incendios salpican la zona. Los manifestantes han pegado fuego a cubos de basura, papeleras y contenedores. Barricadas de llamas perlan la carretera.
Llego a la glorieta de Carlos V. Algunos intentan destrozar el escaparte del Mc. Donalds con una valla. En la plaza todos se echan las manos a la cabeza y sacan fotos. Frente a ellos, en la calle Atocha, se levanta una barrera de fuego de más de diez metros. No hay policía aquí. Los manifestantes destrozan todo lo que encuentran a su paso.
Contenedores ardiendo en la calle Atocha. Las llamas todavía no han alcanzado toda su virulencia |
Regreso a casa. En ningún momento he atacado a los policías, ni les he increpado. Sólo he observado lo que sucedía a cierta distancia. Ahora sólo me queda meditar sobre lo vivido.
Hoy despierto con una idea. Estoy en contra de los recortes de este gobierno. Tampoco me pongo del lado de los radicales y los violentos. Pero deseaba hablar sobre lo que vi ayer: la crónica de una manifestación violenta, de una sociedad que parece cada vez más cansada de que no se le haga ni caso, aunque ocupen las calles con un clamor unánime hacia unos políticos que han incumplido todas y cada una de las promesas con las que se ganaron el voto de muchos.
El Gobierno ha dicho que va a continuar con su política. Más recortes, más familias en la extrema pobreza, más paro... y por otro lado, más indignación y mayor sensación de que la queja del ciudadano no es escuchada por quienes mandan.
Y yo presiento, con pena, que el aumento de la violencia es la última escapatoria de personas que se sintieron ignoradas cuando las cosas se hicieron por las buenas. No sé si se llegará a algo con ello, pero a ello hemos llegado, por desgracia.
Veremos qué nos depara el futuro.
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