Qué inspira para escribir una novela.

Mientras la ciencia al descubrir no alcance
las fuerzas de la vida, 
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista;

mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a dó camina;
mientras haya un misterio para el hombre,
¡Habrá poesía!


¿Puede un poema ser la inspiración para escribir una novela? Recuerdo que esta rima de Bécquer me sorprendió en el instituto, hace al menos diez años. Me fascinó la forma en la que el poeta comparaba la existencia de la poesía con el hecho de que aún quedaran misterios sin resolver en nuestro mundo. 

Años después regresaría a las ideas de Bécquer, a la poderosa influencia que Lovecraft ha ejercido sobre mí y a uno de los mas vívidos miedos de mi juventud para dar forma a una novela: La costilla de Caín, un relato de misterio, aventuras y fantasía que habla, precisamente, de eso que aún no ha descubierto la ciencia, de los misterios que todavía esconde nuestro mundo, a pesar los avances
científicos y tecnológicos.

El modo en que algo nos inspira a escribir es en sí mismo un misterio. Las experiencias, el aprendizaje, o cualquier elemento que llame nuestra atención puede transformarse, incluso años después de haber quedado grabado en nuestra memoria, en una influencia poderosa con la que arrancar un nuevo relato. Hace diez años jamás habría imaginado que Bécquer llegaría a calarme de semejante modo. Hoy aguardo con ansias el instante en que un recuerdo que suponía olvidado me sorprenda, y traiga consigo otra apasionante historia sobre la que escribir. ¿Qué será esta vez? 

Sobre la inspiración sólo poseo un consejo que dar a los creadores que lean esta entrada: anotadlo todo. No desechéis nada... nada de nada. Ni siquiera aunque penséis que es una idea de poca importancia, o que no tiene ningún valor. La experiencia me dice que cualquier idea puede reestructurarse, adecuarse o integrarse en un proyecto futuro. Todo puede valer. 

Y para finalizar, dejo un extracto de La costilla de Caín. Pinchando en el enlace podéis acceder a la página de Amazon, donde tenéis la opción de descargar un extracto de la novela completamente gratis, para que os hagáis una idea. Pero lo que dejo aquí es algo que no aparece en ese fragmento, sino más adelante, y que me parece una parte muy interesante de la historia:


AVISO DE SPOILER


***

     En ese momento, Baldinger, que también observaba la escena desde la entreplanta, nos gritó una nueva orden.
      —¡Disparad a las luces!
Sybil fue la primera en obedecer. Apuntó a la lámpara que iluminaba la entreplanta y abrió fuego. Ésta quedó totalmente a oscuras, y yo, desde mi posición, pude ver que Julio se agachaba todavía más, extrañamente atemorizado; y no sólo eso, sino que sus movimientos parecían erráticos. Ya no se cubría de mí tras el sillón, sino que lo había rodeado, quedándole como única cobertura el otro asiento que había frente a la chimenea. A todas luces era como si se quisiera ocultar de algo que acechara al otro lado, en la zona oscurecida, y prefiriera quedar a tiro de mi pistola. Con esta idea, vi que la luz más cercana a su posición procedía de una lamparita en la pared sur, a la izquierda de las puertas de entrada. Desde donde me encontraba el disparo era algo complicado, así que corrí agazapado en dirección al centro de la habitación, bajo el fuego del revólver de Julio, quien agotaba contra mí sus últimas balas. Llegué a la altura de las puertas, me erguí y apunté a la lámpara. Mi dedo ya acariciaba el gatillo cuando, de repente, me detuvo el frío contacto de una ráfaga de viento procedente del exterior. A mi izquierda las puertas se habían abierto de golpe. Al otro lado, y apuntándome con una escopeta de dos cañones, descubrí a un hombre que debía medir metro noventa de estatura. Era de constitución robusta, pero su rostro dejaba ver un carácter preclaro gracias a una adecuada combinación de rasgos: frente despejada, mirada firme de ojos profundos, mandíbula recia y pelo encanecido. No obstante, lo que realmente me sorprendió fue que el individuo que apuntaba a mi sien vestía ni más ni menos que un atuendo de sacerdote.
      —No abra fuego contra esa lámpara, hijo –me recomendó, sin que su pulso temblara un ápice.
      Luego, elevando la vista por encima de unas gafas redondas, descubrió que Sybil lo encañonaba a él.
      —No es mi intención que nadie salga herido. No estoy aquí por ustedes.
     Vi que a su espalda, calándose bajo la lluvia, esperaban otros dos hombres. No eran sacerdotes. El de la izquierda era alto, de piel morena. Lucía una barba descuidada, bigote denso y una melena negra que lo hacía parecer un salvaje. En su cintura descubrí la funda de un cuchillo enorme. El otro tenía aspecto de boxeador; cabeza grande y afeitada, labios gruesos curvados en una mueca y tabique nasal desencajado.
      —Me llamo Paulo Dantas –continuó el hombre que me apuntaba, mirando de reojo a todos los presentes—. Soy sacerdote portugués. Repito: no estamos aquí por su causa, sino por otra razón muy distinta. Sugiero que detengan el tiroteo, y con mucho gusto me explicaré. Pero por favor –y, de nuevo, volvió a clavarme una mirada de ojos castaños—, no dispare a esa lámpara.
        Lentamente, bajé mi arma.
        —Adelante –invitó Baldinger desde la entreplanta.
    A la casa pasaron los tres hombres. Dantas cerró la puerta de la calle. Julio continuaba en su escondrijo.
      —¡No disparen! –gritó desde allí.
      —¿Julio? –llamó el padre Dantas desde su sitio.
      —Sí, soy yo.
      —Al fin le encuentro, amigo. ¿Por qué no me dijo adónde iba?
    —¡Gracias a Dios, padre! Creo… creo que no puedo moverme del sitio. Me ha encontrado, y si salgo me atrapará. La oscuridad es muy densa.
     —Ya veo que es muy densa. Sé que le está esperando, hijo. No se mueva de ahí.
     Julio asintió frenéticamente. Entretanto, Baldinger y Sybil habían llegado hasta mi posición.
     —Raúl, recarga el arma –me indicó el profesor.
     —¿Qué está sucediendo? –respondí.
     —Tú hazlo.
     —¡Os móveis! –ordenó el sacerdote a sus hombres.
    Estos comenzaron a retirar todo el mobiliario que había entre nosotros y los dos sillones, pero no se acercaron a Julio.
     —¡Em paredes! –dijo Dantas a continuación. Sus hombres tomaron posiciones; uno en la pared sur y otro en la norte, no demasiado lejos de la chimenea. El sacerdote se volvió a nosotros.
     —¿Sabe disparar? –preguntó a Baldinger, el único que no iba armado.
     —Sí.
   Dantas le lanzó la escopeta. El profesor comprobó si estaba cargada, y luego pegó la mejilla a la culata, apuntando a la zona oscura, dispuesto a disparar contra algo o alguien que todavía nos era desconocido. Instigado por esa misma cuestión, me atreví a preguntar.
     —¿Qué buscamos?
    —Quizás es mejor que lo vean primero, y que luego les explique qué es lo que han presenciado –respondió Dantas—. Ante todo no se aproximen a la oscuridad. Estén atentos a cada zona en penumbra, especialmente aquellas donde la negrura es total. Si ven salir algo, lo que sea, abran fuego. No duden, o morirán.
     —¿Qué es lo que va a salir? –murmuré.
    Dantas no dijo nada.
   Comprobé que, de entre todos los asistentes, era yo el único sorprendido. Tanto Baldinger como Sybil parecían haber asimilado las palabras de aquel sacerdote, mientras que yo me preguntaba qué podía asaltarnos desde las sombras, puesto que, de hecho, allí no había más que una pared.
El padre Dantas introdujo su mano en el interior de la sotana y extrajo lo que parecía el enorme badajo de una campana, sólo que profusamente adornado con relieves de oro y plata. Luego caminó lentamente hacia la zona oscura. Julio Serantes, desde su puesto, observaba la escena tiritando como un niño. Dantas se detuvo a un metro de éste, con la mirada fija en la penumbra.
      —¡Vamos, furcia de Satanás! –instigó a la oscuridad— ¡Muéstrate de una vez!
     En aquel instante, la atmósfera vibró con una risita que me detuvo el corazón. Era semejante la que produciría un niño, pero entremezclada con algo parecido al lamento de un cachorro. Primero lo escuchamos desde la zona más oscura de la habitación, pero al momento, aquel siniestro eco comenzó a reproducirse desde diferentes puntos: a nuestro flanco y a la espalda; y también por encima de nuestras cabezas, como si revoloteara sobre nosotros. Sentí un escalofrío cuando creí que aquel espantoso lamento me rodeaba con unos brazos invisibles, me poseía y tiraba de mí hacia las sombras.
      —¡Atentos! –gritó el sacerdote— ¡Pretende confundirnos!
     Y luego, cambiando al portugués, ordenó algo a sus hombres. El boxeador desenfundó un revólver; el hombre con aspecto de salvaje extrajo su enorme cuchillo y se agazapó, como si estuviera a punto de saltar sobre algo.
    —¡No puedo más! –clamó de repente Julio, que lloraba a lágrima viva desde su sitio —¡Sáquenme de aquí, se lo suplico! ¡Me busca a mí!
   —¡Calma! –intentó tranquilizar Baldinger; su pómulo derecho no se despegaba de la culata de la escopeta.
    —¡Me busca a mí! –repitió el otro.
    —¡Criatura impía! –soltó Dantas con un rugido— ¡Ven por mí!
   Avanzó un paso más, apenas unos centímetros, y de repente, mediante una velocidad pasmosa, surgió de entre las sombras...

***








2 comentarios:

Valdemar dijo...

Anotarlo todo. Mirar el pétalo arrancado de la margarita por delante y por detrás. Y preguntarse, ero demasiado.

Suerte con esa novela. He leído algunos párrafos. Huele muy bien esa costilla.

Rafael

Valdemar dijo...

Anotarlo todo. Mirar el pétalo arrancado de la margarita por delante y por detrás. Y preguntarse, ero demasiado.

Suerte con esa novela. He leído algunos párrafos. Huele muy bien esa costilla.

Rafael